Una gran mayoría de padres, en especial los primerizos, están “mareados” ante tanta diversidad de opiniones en cuanto a la correcta alimentación infantil arrojadas por pediatras, nutricionistas infantiles, expertos o foros de opinión en internet. Este exceso de información, combinado con el comportamiento obsesivo, en algo que nos importa tanto nos puede llevar a un auténtico quebradero de cabeza. Al final, la mejor opción es dejarse aconsejar por el pediatra que nos suscite mayor confianza y seguir sus recomendaciones.

La nutrición infantil está basada en unos principios bioquímico-fisiológicos, pero posee un margen de interpretación bastante amplio. Este margen está basado en diferentes aspectos, por una parte, la experiencia y estudios científicos que maneja el especialista en cuestión y, por otra, en las necesidades, disponibilidad de alimentos y tradición en diferentes zonas del mundo. Parece ser que en nutrición infantil hay bases irrefutables de ciertos aspectos y, otras que no lo son tanto.

La alimentación para bebés ha cambiado de manera considerable en los últimos 100 años: a principios del pasado siglo dar el pecho no estaba de moda y se hacían preparados con leche de vaca, agua y azúcar (con las carencias nutricionales que ello implicaba), después llegaron los preparados y papillas, y ahora tendemos hacia el baby led weaning y lactancia prolongada. Si nos movemos por diferentes geografías las diferencias son abismales. Un tercio de las culturas no-industrializadas dan alimentos sólidos antes del mes de nacimiento, otro tercio lo hace entre los meses 1 al 6, mientras que el restante tercio lo hace después del sexto mes.

En determinadas culturas se considera el calostro como nocivo, a pesar que desde el mundo occidental sabemos que es fuente de inmunoglobulinas, vitaminas y proteínas. También es propio de diferentes culturas que la comida sea masticada por la madre antes de pasarla al hijo, así las enzimas de la saliva ayudan a metabolizar mejor alimentos y poder nutrir más eficientemente al bebé. En determinadas regiones de África a los bebés de pocos días se les da boniato y tiene su explicación evolutiva: ayudar a combatir las deficiencias en vitamina A. En varias islas de Caribe se les da frutas y miel (cosa que en el mundo occidental estaría la miel prohibidísima hasta después del año). En Japón, el banquete ritual de la primera comida sólida (okuizome) incluye pescado, arroz, pulpo y verduras encurtidas. O para los esquimales, donde la disponibilidad de vegetales frescos es prácticamente nula, la alimentación complementaria es a base de algas, grasa de foca o caribú, cosa para nosotros inconcebible. Tampoco hay que irse tan lejos para ver que en diferentes países occidentales se prescriben las fresas entre los 6 y 12 meses del infante, mientras que en España no lo haríamos nunca antes de 12. También tiene su explicación: la fresa es muy rica en vitamina C y si no hay fuentes de vitamina C más vale eso que nada. Y, por otra parte, el tratamiento térmico que los fabricantes someten a la fresa consigue desnaturalizar la proteína causante de alergias.

¿Todo esto qué quiere decir, que los diferentes pueblos lo están haciendo mal y nuestros expertos tienen la verdad absoluta? La respuesta no. Al fin y al cabo la especie humana tiene la capacidad de adaptarse de la mejor manera posible al entorno y resolver problemas para poder sobrevivir y crecer de la manera más eficiente. En base a ello, el mensaje a transmitir es ser menos obsesivo en lo que es el proceso de alimentación de nuestros hijos, para que el acto de alimentar a nuestros bebés sea un acto de amor, diversión y aprendizaje para ambas partes.

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